En terapia me encuentro muchas veces con la siguiente situación: un paciente tiene claro que quiere dejar a su pareja, pero no sabe cómo gestionarlo. Tiene miedo de hacer daño, miedo al conflicto, a veces dudas de si luego se arrepentirá o de qué dirá el entorno, etc.
Cuando se plantea una ruptura, inevitablemente aparece el dolor, siempre se habla y se da por sentado que sufre el que es dejado pero el que deja también asume mucho malestar y gran responsabilidad al tomar la decisión.
Lo primero importante es entender los tipos de ruptura. Esta clasificación está hecha por mi después de años de experiencia viendo casos día tras día. Sé que definir el tipo de separación no soluciona el malestar, pero poner nombre a las cosas nos ayuda a conceptualizarlas y a saber afrontarlas mejor.
1.- Ruptura o separación: diferenciar estos dos conceptos, la ruptura es el dejar una relación y también perder el contacto, es decir, sacar a esa persona de tu vida. En cambio, la separación es dejar de ser pareja, pero seguir manteniendo un vínculo, de amistad, de familia (la separación siempre se da en los casos que hay hijos de por medio), laboral, etc.
2.- Unilateral, impuesta o pactada: cuando solo es uno de los dos quién toma la decisión es unilateral, pero quizás la toma justo el que no quiere dejar la relación, pero siente que no tiene más alternativas (en este caso sería impuesta), esto ocurre por ejemplo cuando uno de los dos ha sido infiel y el otro, aunque no es lo que quiere, lo deja porque no puede vivir con ese engaño ni volver a confiar. En cambio, cuando ambos quieren dejarlo, sea porque el proyecto de vida ha evolucionado de forma divergente o porque han dejado de sentir, sería pactada.
Lo más complejo es cuando debes tomar la decisión de dejar a tu pareja de forma unilateral, sea por ruptura o por separación, y la otra persona no quiere terminar el vínculo.
Para hacerlo correctamente el primer paso es tener claro que quieres dejarlo, por supuesto siempre habrá dudas, pero debe haber una base de seguridad y claridad.
El segundo paso es eliminar la presión de tener un motivo de peso, cualquier motivo es válido como si no hay un motivo concreto, a veces los sentimientos cambian y tienes derecho a defender lo que sientes sin tener que dar una explicación que sea válida para la otra persona. Cuando en consulta veo que el motivo es abstracto y muy emocional muchos pacientes les cuesta empoderarse en lo que sienten y dudan de si es suficiente razón para dejarlo, pero ¿qué mayor razón que el dejar de sentir?
El tercer paso es hacer partícipe a la otra persona, muchas veces hay una elaboración individual y reservada de si dejarlo o no hasta el momento de la toma de la decisión que se lo trasladas a la otra persona de repente, sin previo aviso y generando un shock emocional, esto a veces se hace con la mejor de las intenciones, aunque nunca acostumbra a ser un buen camino. Lo mejor es poder dar a la otra persona la posibilidad de ser partícipe del proceso, de intentar a su manera, si lo necesita, hacer un último intento, de este modo, ambos estaréis preparados de asumir el fin de la relación. En este punto también quiero exponer uno de los errores inconscientes que se comete con bastante facilidad, lo que yo llamo la efervescencia, cuando alguien está empezando a perder los sentimientos por la otra persona intenta hacer todo lo posible para volver sentir: prepara actividades, intenta tener más encuentros sexuales, estar más atento, hacer detalles, etc. para ver si de este modo puede volver a conectar, la intención es muy positiva pero lo que genera en la otra persona si no sabe el punto en el que el otro se encuentra es ilusionarse más, sentir que la relación va mejor que nunca y de repente “bum” ruptura de un día para otro.
Y el último paso es dar un margen de tiempo para asentar la decisión, evitar gestionarlo y tomar decisiones de forma repentina y rápida desde la rabia y/o la frustración. Por tanto, siempre recomiendo unos días, semana, para hablar de cómo afrontar la desvinculación, tanto a nivel práctico como a nivel emocional, es decir, cómo lo necesita afrontar cada uno, quizás uno prefiere seguir teniendo contacto o quizás el otro necesita bloquear y distanciarse al máximo, lo importante es saberlo compartir y acordar para vivir el proceso como equipo. Para ello no hay que olvidar que tanto el que deja como el dejado viven el sufrimiento de la separación: el dejar ir, el cambio de vida, el esfumarse los proyectos vitales planeados, el sentir un abismo y una ambigüedad de futuro, el conectar con la soledad, etc. son sentimientos y momentos que ambos vais a vivir.
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Fuente: La Alcoba – La Vanguardia (Núria Jorba)