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Escuchar y comprender tus emociones

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Nuestro cerebro se encuentra dividido en 3 partes principales: el cerebro primitivo, el sistema límbico y el córtex. En primer lugar, el cerebro primitivo, o también conocido como reptiliano, es el más antiguo evolutivamente y se ocupa de los reflejos y los automatismos aprendidos. Es el que correspondería a las reacciones instintivas, pues asegura nuestro comportamiento de supervivencia, y se relaciona con las emociones primarias como el miedo, la rabia, el asco, la alegría y la tristeza) y genera circuitos inmediatos de respuesta. Después está el sistema límbico, el cual es la sede de las emociones y genera las reacciones más elaboradas. Por ello también se le da el nombre de cerebro emocional. Por último está el córtex, o cerebro racional, que corresponde a nuestro cerebro más reciente y evolucionado. Es el centro de nuestras reflexiones, planifica y gestiona, permitiendo dar una respuesta más controlada desde el circuito racional.

Cada parte cerebral podríamos decir que está relacionada con un tipo de respuesta ante las situaciones. El cerebro primitivo es aquel que nos conecta con los instintos y las alertas, con las tripas, con la respuesta más visceral, aquello que llamamos intuición. El límbico nos conecta con nuestra parte emocional, con el corazón. Y el córtex nos conecta con la parte racional, lo que entendemos como cerebro. Es importante mantener un equilibrio entre los 3 cerebros, aprender a escuchar tanto a las tripas, al corazón y también a la razón según la circunstancia.

En el caso de las emociones es esencial saber que la alianza del cerebro emocional y el racional darán lugar a un mayor equilibrio. Entender por qué nos sentimos como nos sentimos, nos dará información sobre quiénes somos y cómo queremos vivir. Para una mejor gestión emocional hemos de ejercitarnos en superar nuestra reacción provocada por la emoción y pasar del sistema límbico al cortical. Así tomaremos distancia para analizar la situación que provoca tal emoción y decidir cuál es la reacción más adecuada. Esto no quiere decir que dejemos de lado la expresión emocional, sino integrar ambas partes. Por ejemplo, en el caso de la tristeza, se trata de darnos un espacio para llorar y posteriormente entender de donde surge esa emoción y avanzar para que no se convierta en un círculo vicioso de sufrimiento.

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