Chris Kattan and Parvesh Cheena photographed by Brian Smith for Be a STAR in parnership with The Creative Coalition and WWE

¡Estas emociones no me gustan!

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En nuestro día a día disfrutamos de un amplio abanico de emociones que surgen como respuesta a nuestra forma de experimentar el mundo. Desafortunadamente, es habitual que se cataloguen erróneamente algunas emociones como negativas y otras como positivas. Nos olvidamos que, en realidad, es solo que algunas nos resultan agradables y otras desagradables de sentir, pero todas son útiles y necesarias. Lo son porque nos dan información sobre quiénes somos y sobre cómo habitamos el mundo. Son reacciones totalmente naturales, y muchas de ellas instintivas e innatas, a los acontecimientos que nos enfrentamos en nuestra vida. Este análisis que hacemos de lo que nos ocurre está influenciado por nuestra visión y construcción subjetiva de la realidad, por eso lo que sentimos nos dice mucho sobre nosotros mismos. Por ello, lo importante es darles un espacio y escucharlas, es decir, gestionarlas para utilizarlas como guía.

En este artículo trataremos tres de esas emociones mal llamadas negativas: la rabia, el miedo y la tristeza. A pesar de que pueda desagradarnos experimentarlas, conocer ante qué situaciones aparecen y cómo gestionarlas, nos permitirá vivirlas de forma positiva e integrarlas en nuestra experiencia.

La rabia. La rabia es una emoción donde sus efectos pueden ser más graves que sus causas. Ésta surge cuando pensamos que una situación es injusta, ya sea para nosotros mismos o para otros. En primer lugar, es necesario reconocerse el derecho a estar enfadado y rabioso, porque a través de la visión que tú tienes del mundo tienes toda la razón de estarlo. Después pregúntate por qué te sientes así.

Dos malas maneras de expresarlas son a través de la explosión y la inhibición. La rabia suele necesitar una expresión física: gritar, golpear… La regla en este caso sería expresarla sin hacerte daño a ti, ni a los demás. Evita perder el control y dejar que la emoción se apoderé de ti, especialmente cuando tengas un conflicto con otra persona. Aprender a salir en el momento adecuado y darte un respiro cuando tu estado emocional es alto es un aprendizaje necesario. Así podrás volver a buscar una mejor solución cuando ambas partes estén más tranquilas y predispuestas a ello. En ningún caso intentes bloquearla, pues esta emoción tiene una cualidad especial: se acumula. Guardártela solo hará que te transformes en un reloj bomba andante, acabará saliendo por algún lado.

¿Y a ti, qué te enfurece normalmente? ¿Qué te parece injusto en tu vida? ¿Cómo sueles expresar esta emoción? ¿Explotas o la inhibes?

El miedo. El miedo es una emoción que paraliza, anula tus capacidades y por lo tanto acaba arrinconándote. Éste surge cuando percibimos una situación como amenazante o peligrosa, nos sentimos inseguros. Abandona la idea de controlarlo hasta que desaparezca, pues no ocurrirá. Esta emoción se gestiona buscando elementos de confianza y seguridad. Dale un espacio, pregúntate qué es lo que está provocando este miedo. Primero has de confesarlo para poder superarlo. Muchos de nuestros miedos actuales emergen de nuestra propia inseguridad, de la creencia que no estamos capacitados para enfrentarnos a unas circunstancias determinadas. Por ello, piensa en tus recursos (capacidades, experiencias previas, tu red social…) para poder hacer frente a ese temor. Luego, acéptalo, y enfrentarte a él en pequeñas dosis, y mide los progresos de tu nueva actitud con optimismo.

¿Y a ti, qué te provoca miedo? ¿Cuándo te sientes inseguro? ¿Y qué haces cuando te sientes así?

La tristeza. La tristeza nace ante una pérdida. En la vida pueden haber pérdidas de muchos tipos: la muerte de un ser querido, una ruptura de pareja, una enfermedad, un despido, una decepción, un fracaso… Sentirte triste ante ciertas circunstancias es natural y totalmente necesario. Esta emoción suele dejarnos con una energía baja y sin fuerzas. En realidad, es nuestro cuerpo obligándonos a parar y a reflexionar. La gestión se hace a través de darnos y permitirnos ese espacio. Para ello, libérala y ábrete con aquellas personas que confías. Piensa que necesitas un tiempo para reconfortarte, que cada persona se cura a un ritmo diferente, y el primer paso es aceptar esa tristeza como una reacción natural ante la pérdida que estás experimentando. Date permiso para llorar cuando lo necesites, es totalmente sano y recomendable. Pero evita el aislamiento social o alimentarla dándole demasiadas vueltas, puedes llegar a sufrir innecesariamente. Al mismo tiempo, autorízate momentos agradables que te distraigan y te hagan sentir bien. Así crearás emociones agradables que te permitirán ir recuperándote. Pero recuerda, la tristeza no se alegra, se consuela.

¿Y tú, cuándo te sientes triste? ¿Te permites llorar? ¿Cómo gestionas las pérdidas en tu vida?

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